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Desde su fundación hasta la actualidad, han sido miembros de la Academia Guatemalteca de la Lengua (AGL) más de cien académicos que han dejado una huella en la historia de Guatemala y que han destacado en un amplio abanico de áreas del conocimiento, como el periodismo, la literatura, la historiografía, la música, la economía, la medicina, la psiquiatría, el derecho, la lexicografía, la filología, la lingüística, la religión y la diplomacia. Varios ejercieron o han ejercido cargos públicos, así como docentes.
A lo largo de los años, los académicos han publicado obras que han tenido impacto, tanto a nivel local como internacional. Asimismo, la trayectoria intelectual de muchos de sus miembros ha sido merecedora de múltiples galardones y reconocimientos, tanto a nivel nacional como fuera de nuestras fronteras.
Es difícil nombrar a sus miembros más relevantes, en detrimento del resto. Pero, por la importancia y calidad de su legado, se puede mencionar a Antonio Batres Jáuregui, quien tuvo un papel destacado en 1886 como ministro de Instrucción Pública, al ratificar como oficial la normativa de la Real Academia Española en el sistema educativo del país.
En el campo de la lexicografía, Batres Jáuregui fue autor del primer diccionario diferencial de Guatemala llamado Colección de voces y locuciones viciosas y provincialismos que se usan en Guatemala. Esta obra se publicó, primero, por entregas en La Revista (entre 1888 y 1890) y, luego, como libro (en 1892) bajo el título Vicios del lenguaje y provincialismos de Guatemala: Estudio filológico.
Han sido también lexicógrafos destacados Lisandro Sandoval, con su Diccionario de raíces griegas y latinas y de otros orígenes del idioma español (1930-1931) y la Semántica guatemalense o Diccionario de guatemaltequismos (1941-1942); y Manuel Valladares Rubio, autor del Diccionario de la expresión popular guatemalteca (1971).
En la difusión del uso del español a nivel internacional, destaca Carlos García Bauer, quien promovió el español como idioma de trabajo en la Conferencia Mundial de Telecomunicaciones Internacionales (1947), y como idioma oficial en la ONU en 1948.
Tampoco se puede dejar de mencionar a socios como Carlos Federico Mora, considerado el padre de la psiquiatría en Guatemala, quien introdujo métodos novedosos para el tratamiento de enfermedades mentales en el país; José María Bonilla Ruano, quien realizó importantes cambios a la letra del himno nacional ―escrita originalmente por el cubano José Joaquín Palma― para que reflejara mejor la guatemalidad; Enrique Martínez Sobral, uno de los técnicos especialistas de la reforma monetaria del país y a quien se debe el nombre de quetzal para la moneda nacional; Horacio Figueroa Marroquín ―además de ser un reconocido escritor y autor de varias antologías fundamentales para el estudio de la poesía guatemalteca― fue un médico especialista en enfermedades tropicales; y Adrián Recinos, etnógrafo, considerado el mejor especialista en literatura precolombina guatemalteca; hizo historia al traducir del quiché al español el Popol vuh: las antiguas historias del quiché (México, 1947) a partir de un manuscrito que descubrió en la Biblioteca de Newberry (Chicago, EE. UU.).
La Academia Guatemalteca de la Lengua también ha contado entre sus filas con importantes representantes de la literatura nacional, entre ellos, Carlos Wyld Ospina, reconocido por su obra de corte predominantemente criollista; Flavio Herrera, cuya obra se encuentra a caballo entre el regionalismo y el modernismo; y Rafael Arévalo Martínez, precursor de la literatura vanguardista centroamericana.
El periodismo también ha sido ejercido por varios socios, quienes han fundado y dirigido diversos periódicos y revistas desde finales del siglo XIX hasta la actualidad. Aquí destacan Federico Hernández de León, David Vela, César Brañas, José Humberto Hernández Cobos, entre otros.